10 de julio de 2011, Nueva York,
Estados Unidos.
- Maldición, maldición, maldición. - Murmure mientras me levantaba
torpemente de la cama intentando despertar a Dougie. - Doug. - Sacudí un poco su hombro recibiendo como respuesta un
gruñido. - ¡Oh, vamos! ¡Poynter! - Él
soltó unas cuantas risas que se me contagiaron. Tome uno de los cojines de la
cama y empecé a golpearlo levemente hasta que se despertó pero no se levantó,
en cambio, me tomó de ambos brazos y me tumbó en la cama quedando él encima
mío.
- Hola, princesa. - Saludo coquetamente.
- Dougie, deja de bromear. - Intente lanzarle una mirada sería pero
la sonrisa en mis labios no disminuía.
- Yo nunca bromeo con la realeza. - Reí levemente e intente sacudírmelo
de encima.
- Enserio, Doug. Nos quedamos dormidos y salimos en cinco minutos hacia
el teatro.
- Cierto. - Fue lo último que dijo antes de quedarse callado por
unos cuantos minutos plantando su mirada en la mía y haciendo que me perdiera
en la suya.
- Ugh, Dougie ¡Tenemos que irnos! - Dije ahogadamente cuando logre
soltarme de este trance.
- ¡No quiero! - Ahora sonaba como un niño pequeño enfurruñado y
actuaba como tal pues me apretujo entre sus brazos. Note el puchero que hizo a
pesar de haberse escondido en mi cabello. Antes de que pudiera responder algo
se oyeron unos cuantos golpes en la puerta de mi habitación.
- ¿Zoé? - Era Tom.
- ¿Si? - Respondí con un poco de dificultad por el agarre de Doug.
- Uh... Ya tenemos que irnos.
- Enseguida los alca... aghh... - Dougie mordió mi hombro haciendo
que no pudiera terminar de hablar pues me queje sonoramente. - Enseguida los alcanzo. - Le propicie un
pellizco en el estómago y se quejó audiblemente, cuando volteó a verme, coloque
mi dedo índice sobre mis labios para indicarle que guardara silencio.
- ¿Estás bien? - Tom sonaba preocupado.
- Uh... Si, sólo me pegue con un mueble pero todo bien.
- ¿Segura?
- Sí, sí. No pasó nada.
- Nos vemos en recepción. - Ya no respondí pues escuche sus pasos
alejándose por el pasillo lo cual me dio la suficiente libertad para soltar una
carcajada histérica por los nervios que estaba sintiendo.
- Oh, dios. - Murmure cubriendo la mitad de mi cara con la mano
derecha para después dejar escapar un suspiro.
- Estaremos bien. - Dijo él mientras acariciaba mi cabello.
- Lo sé, lo sé. - Ahora fui yo quien acaricio su cabello fijando mi
mirada en sus cristalinos ojos azules, me quede hipnotizada por unos segundos
hasta que plante mis labios sobre los suyos y aquel beso no paso de un simple
roce de labios. - Vámonos. - En esta
ocasión, Doug se levantó primero y me ayudo a ponerme de pie. Después de eso,
tome mi mochila y mi bolso lanzándome un vistazo al espejo, mi cabello estaba
completamente alborotado así que lo recogí en una coleta improvisada.
- ¿Lista? - Preguntó con una sonrisa, asentí y note que él también
había acomodado un poco su cabello aunque seguía un tanto revuelto. Salimos de
mi habitación tomados de la mano y así fue todo el camino hasta llegar al lobby
donde tuvimos que soltarnos. Pasamos justo en frente de la recepción donde la
señorita detrás del mostrador me llamo.
- Señorita Miller ¿Tiene un
segundo? - Asentí y le lance un vistazo a Doug murmurando quedamente
"ahora voy" recibiendo un asentimiento y una pregunta muda en su
mirada que descifre en segundos. Él se marchó y yo camine hacia donde se
encontraba.
- ¿En qué puedo ayudarle? - Pregunte cortésmente.
- Sólo quería entregarle esto, se lo dejaron hace unas cuantas horas.
- Estiro hacia mí una postal con la foto de una linda y pequeña casa que no
tenía nada escrito en la cara delantera. Cuando la tome por una esquina, algo
cayó de la mano de la señorita, algo que pudo sacar el aire de mis pulmones. - Discúlpeme. - Dijo la señorita con un
tono de voz avergonzado. No logre responder hasta unos segundos después que separe
mi vista de aquel objeto.
- No... No se preocupe. - Me agache y con temor tome aquel
encendedor Zippo con la bandera del Reino Unido en él. Me levanté y ofrecí una
débil sonrisa de agradecimiento a la recepcionista. Regrese mi vista al Zippo.
Era muy similar al que me había dado mi padre, podría decir que iguales si
tuviera mi nombre grabado en la cara inferior. Examine aquel encendedor y
cuando llegue su cara inferior sentí como mis manos comenzaban a impregnarse de
un sudor frio al igual que mi nuca.
¿Qué demonios?
Tenía mi nombre grabado ahí, tal
y como lo había tenido el que me había dado mi padre. La misma curvatura en la
"Z" y aquel pequeño ornamento encima de la "e" que
representaba el acento. Cerré el puño alrededor del Zippo y dirigí mi vista a
la entrada, ahí estaba Doug hablando con Harry. Doble en cuatro la postal y la
guarde junto con el Zippo en uno de los bolsillos delanteros de mi pantalón
donde no los sentía con el suficiente peso para mantener mi atención captiva
durante el concierto de los chicos pero si con el necesario para saber que
tenía algo que resolver.
Apenas fui capaz de notar el
temblor en mis manos y en mi labio inferior. Por alguna razón todo esto me daba
miedo.
Camine hacia la salida sin dar un
segundo vistazo a la señorita detrás del vestíbulo. Alcance a Dougie y Harry,
quienes platicaban entre sí.
- ¿Lista? - Preguntó Dougie antes de voltear a verme. - Hey ¿Estas bien? - Noté que Harry se
marchó sin decir palabra.
- Sí. - Mentí, no me sentía ni cerca de estar bien, estaba en el
borde de la duda y el temor, estaba a nada de soltar unas lágrimas de miedo y
otras de frustración por no saber qué demonios acababa de suceder o qué
demonios iba a suceder una vez que regresáramos del concierto y tuviera la
necesidad de enfrentar todo esto. Entonces el delicado toque de Doug regreso
mis pensamientos al planeta tierra y alejo a aquellos fantasmas de mi mente.
- Estas más pálida y fría que de costumbre ¿Segura que estas bien? - Pequeño
detalle que olvide tomar en cuenta.
- Uhh… Sí, es solo que… - Busca una excusa rápida, Zoé. - Es solo que tengo un poco de hambre pero
estaré bien. - Le sonreí con mi más convincente sonrisa y aparentemente
había logrado disipar la preocupación en sus ojos.
- Sube a la camioneta, enseguida regreso. - Asentí sin entender que
se proponía, así que solo me subí a la camioneta tomando asiento en la parte
trasera asegurándome de guardarle a él el asiento continuo. Regreso en menos de
cinco minutos con una bolsa de papel y un Monster en sus manos. Se subió y
sentó a mi lado estirando hacia mí los objetos entre sus manos.
- Toma, un sándwich y un Monster. - Sonreí por este dulce detalle.
- Gracias. - Tome su mano izquierda y le di un leve apretón. - ¿Dónde conseguiste esto?
- Un poco de mis encanto aplicados a la chef y listo. - Uh, oh.
Punzada de celos al asecho. - Tranquila,
es broma. - Ahora era su mano la que envolvía la mía. Puedo decir que noto
mi cambio de humor a pesar de que la sonrisa seguía en mi rostro pero ahora más
endurecida. - Pedí que lo prepararan.
- Gracias, enserio. - Enfoque mi vista en la lata buscando una
manera de abrirla sin tener que soltar a Dougie. La coloque contra mi pierna y
con mi mano libre aplique la suficiente en la argolla para abrirla sin ningún
problema. Lleve la lata a mis labios y me deleite con su clásico sabor que a mí
siempre me ha sabido a cereza. Después abrí la bolsa y esta vez sí fue
necesario soltar la mano de Doug para tomar el sándwich entre mis manos. Era un
sándwich clásico de jamón, queso, mayonesa, lechuga y tomate.
En cuestión de minutos ya nos
encontrábamos en el teatro y yo con el estómago satisfecho sintiéndome un poco
mejor o lo suficiente para hacer mi trabajo.
El lugar era un tanto pequeño
comparado a los otros en los que ha tocado por lo cual esta noche solo serían
indispensable tres cámaras para grabar los movimientos de los chicos pues no
habían pantallas donde proyectar y, a parte, no eran necesarias.
Mi cabeza se enfocó durante todo
el concierto en tomar fotografías de los chicos y asegurarme de vez en cuando
el ángulo en que las cámaras grababan a los chicos. En esta ocasión dejamos de
lado el sistema de radios, lo cual me resulto un poco extraño pues ya estaba
acostumbrada a escuchar voces en mis oídos durante los concierto pero también
me agrado pues podía poner aún más atención a los chicos tocando aunque,
ciertamente, cada que presionaba el disparador de mi cámara las manos me
picaban con la firme intención de sacar en ese mismo lugar los objetos que
tenía en mi bolsillo pero logre ser lo suficientemente fuerte de voluntad para
no hacerlo.
El concierto se acabó un poco
antes que los demás debido a que tocaron tres canciones menos que lo acostumbrado.
En fin, nos encontrábamos en el
hotel a las nueve y media de la noche decidiendo que era un buen momento para
cenar en el restaurante de ahí mismo. Bien, tal vez yo había sugerido que
cenáramos y alargaba un poco-mucho las conversaciones con tal de no tener que
llegar a mi habitación pero no podía retenerlos más. A las once menos cinco ya
nos encontrábamos todos en nuestras respectivas habitaciones, yo con la espalda
contra la puerta pensando que hacer hasta que llego la única opción.
Camine hacia mi cama a paso lento
encendiendo las luces en mi camino. No tome asiento, solo saque los objetos de
mi bolsillo y los coloque encima de la cama. Me cruce de brazos y mordí la uña
de mi dedo pulgar decidiendo, al final, tomar una ducha antes de que nada más
pase.
Salí en minutos, minutos que no
logre hacer horas por más que quisiera. Por alguna razón no me puse mi pijama
sino que un nuevo cambio de ropa que constó de: Unos jeans clásicos de
mezclilla, una túnica turquesa con cuello redondo y un suéter de cachemira
color beige. Me quede descalza y no me preocupe ni siquiera en quitar el exceso
de humedad en mi cabello.
Rodee la cama y me senté en la
orilla más próxima a aquellos objetos, observe el reloj: las once y media. Tome
la postal y la desdoble observando primero nuevamente la fotografía pero esta
vez más detalladamente. Retrataba una casa en medio de otras dos, era de dos
pisos con un sótano y un ático, color marrón viejo con ventanas en arco y una
forma peculiar de isósceles en el frente, había un viejo árbol frondoso en una
esquina y no tenía una barda que marcará el límite entre la casa y la calle.
Era una casa que se veía vieja pero no descuidada, parecidas a las que le
gustaban a mi padre.
Le di vuelta a la postal la cual
no tenía sello de haber sido entregada por mensajería, realmente alguien había
venido a dejarla personalmente pero ¿Quién? En las líneas solo venia escrita
una dirección acompañada de una hora y fecha cerrando con una firma:
1830 Victor St.
Bronx, NY 10462
See you @ July, 11 00:00
L xx.
Releí esas cuatro líneas como
unas cinco veces antes de reconocer la letra y, por supuesto, la firma. Quise
leer por sexta vez pero mis ojos acuosos y el temblor de mis manos me hizo
imposible cumplir esto. Deje la postal y tome el encendedor Zippo para después
dirigirme hacia la ventana, abrirla y tomar un poco de aire para recuperar el
que me estaba faltando.
Deje salir las lágrimas que
estaba aguantando dejando, esta vez, que todas aquellas conjeturas que había
escondido hace unas cuantas horas inundaran mi cabeza.
Una de esas conjeturas era que
solo se trataba de una broma muy pesada y fuera de lugar para hacerme sentir un
poco de esperanza que sería vana. Otra era que quien había tramado esto era un
acosador con el tiempo y los recursos suficientes para averiguar todo esto
sobre mí, sobre mi familia, sobre mi hermano pero eso solo sonaba como algo
retorcido y atemorizante. La tercera: esto de verdad estaba pasando pero solo
podría descubrirlo de una forma y esa era ir al lugar que decía la postal.
Observe nuevamente el reloj: Once
y cuarenta y tres.
Llame a recepción y solicite que
me pidieran un taxi. Me calce los mismos converse que había usado hace unas
horas, tome mi bolso y mis cosas junto con aquellos objetos y salí como una
bala hacia recepción cerrando la puerta de mi habitación a mis espaldas. En el
elevador me di el tiempo para abrir la aplicación de Google Maps en mi teléfono
e ingresar en la sección “Cómo llegar…” mi ubicación actual y después la que
venía en la postal.
Yo estaba en algún punto de
Manhattan y Bronx se encontraba a casi media hora de aquí, de veinticuatro a
veintisiete minutos más o menos dependiendo de la ruta que tomara el taxista.
Me dirigí hacia recepción topándome nuevamente con la señorita que me había
dado aquellos objetos.
- Señorita Miller, su taxi se encuentra esperándola.
- Gracias. - Estuve a punto de marcharme pero retrocedí los
dos pasos que había avanzado. - Por favor, que ninguno de los chicos con los
que vengo se enteren que salí esta noche bajo ninguna circunstancia. - El
tono de mi voz sonaba bastante demandante y fuerte, con un toque de autoridad.
La señorita asintió nerviosamente y note el movimiento que efectuó su garganta
al tragar fuertemente.
- ¿Si llegan a preguntar? - Dudaba que eso pasará, ellos no
acostumbraban salir de sus habitaciones después de la una de la madrugada y
dudo que notaran si estaba o no en mi habitación.
- Sigo en mi habitación dormida, pedí unos analgésicos pues me dolía la
cabeza ¿Entendido? - Otro asentimiento nervioso. - Gracias y… Disculpe las molestias. - No sabía cómo ni de qué
disculparme en ese momento solo sabía que era algo pero no podía tomarme el
tiempo suficiente para averiguarlo.
Corrí hacia el taxi montándome de
un solo brinco en el asiento trasero y cerrando mi puerta, observe mi reloj
nuevamente: Once menos diez minutos. Maldición.
- ¿A dónde la llevo? - Su tono de voz era cortante y grave, mala
combinación.
- A Bronx, calle Victor St. Número 1830.
- Serán treinta y cinco dólares. - Enarco una ceja incrédula en mi
dirección que yo le regrese con una sonrisa descarada, saque setenta dólares de
mi cartera dejando que viera el monto.
- Le doy el doble si llegamos en diez minutos. - Deje caer el
dinero en el asiento delantero y note como los ojos de aquel señor se abrían
por la sorpresa pero una sonrisa desafiante se dibujó en sus labios. - Quince más si llegamos a salvo y sin multas.
- Tome el dinero prometido entre una de mis manos y lo sacudí
tentativamente el aire.
- Hecho. - Murmuro y con esa señal volví a dejar caer el dinero en el
asiento. Giro la llave en el contacto haciendo que el auto volviera a la vida,
su mirada me decía que ya sabía exactamente qué dirección tomar y que debía
aferrarme al asiento como si mi vida dependiera de ello, literalmente.
Comenzó a manejar a una velocidad
impresionante, velocidad que saco el aire de mis pulmones por el movimiento que
hizo el auto al arrancar. Se pasó más de cinco semáforos pero no teníamos a
ningún policía detrás de nosotros. Después de diez minutos exactos nos
encontrábamos afuera de la casa que venía en la postal y completamente
detenidos.
- ¿Es aquí? - Preguntó él con cierto aire de grandeza por haber
cumplido su meta.
- Sí. - Murmuré con el poco aire que me quedaba. - Todo suyo. - Señale con mi mano el
dinero en el asiento mientras me desabrochaba el cinturón.
- Todo un placer hacer tratos con usted, señorita.
- Una última pregunta. - Me lanzo una mirada cansina por
interrumpir su conteo de billetes.
- Dígame.
- ¿Hasta qué hora deja de trabajar?
- Hoy tengo todo el turno nocturno.
- ¿Podría darme su tarjeta?
- Depende de para qué.
- Por si llego a necesitarlo más tarde esta misma noche.
- En ese caso… - Tomo un cuadro de papel del tablero y lo extendió
hacia mí. - Todo suyo. - Imito mis
palabras con una voz un tanto más agudo lo cual me hizo soltar una carcajada.
- Pero le advierto, le pagare la cuota inicial pues no será la misma
situación que esta.
- Entendido. - Hizo una seña tal como la que hacen en el ejército cuando
se acata la orden del sargento. Le sonreí y él hizo lo mismo. - Hasta más tarde señorita. - Baje, cerré
la puerta a mis espaldas despidiéndome con una seña de la mano para después
escuchar al taxi marcharse. Encare la propiedad que estaba enfrente de mí, era
idéntica a la de la postal solo que ahora se veía pobremente iluminada en el
exterior y con dos ventanas iluminadas en el interior.
En ese momento no supe que hacer.
Me encontraba de pie, sola, en medio de una calle que no me daba toda la
seguridad del mundo y, aun así, no tuve el valor suficiente como para dar unos
cuantos pasos y tocar la puerta hasta que esa puerta se abrió dejándome ver una
sombra de un hombre iluminado por la espalda. Su brazo se estiro hacia la pared
y después se encendió la luz del pórtico iluminándolo a él completamente.
Lo observe incrédula mientras
ambos acortábamos nuestras distancias, estábamos a solo dos pasos ahora.
No podía creer quien estaba
enfrente de mí.
Era mi hermano.
Era Leonardo completamente a
salvo.
- Eres un maldito imbécil. -
Murmure antes de cerrar completamente nuestra distancia y envolverlo en mis
brazos recordando la familiaridad de su toque. Él soltó una pequeña risita
mientras sentía las lágrimas recorrer mis mejillas. Me aleje de él atrapando su
rostro entre mis manos examinándolo bien aun sin creer todo esto. - Realmente eres tú. - Me regalo una
tierna sonrisa mientras besaba mi frente. - ¿Dónde
estuviste todo este tiempo? - Me negaba rotundamente a soltarlo pues
sospechaba que se iría tan rápido como lo hiciera.
- Aquí. - Señalo la casa a sus espaldas. - Era de nuestros padres. - La sonrisa en su rostro era tan
autentica y no sabía el porqué de ella pero me alegraba no verlo como una alma
en pena, como yo lo había estado hace unos meses.
Y ahora el enojo fluía en mi
cuerpo. Tome mi bolso y empecé a golpearlo no tan fuertemente con él. - ¿Por qué demonios no me dijiste que estabas
vivo? ¿Qué paso con mis padres y con Charlie? ¿Qué demonios está sucediendo
Leonardo? ¿Por qué repentinamente dejaste el Zippo en el hotel en el que
estaba? ¿¡Cómo demonios sabias en que hotel estaba!? - Tomo mi bolso deteniendo
mi ataque y me guio hacia la casa dejando sus manos en mis hombros y
empujándome levemente.
- Tenemos mucho de qué hablar pero será mejor que entremos. -
Asentí después de reflexionar y entramos a su casa que gritaba por todos lados
"casa de hombre soltero". - ¿Quieres
tomar algo?
- Café negro sin crema ni azúcar.
- Buena elección.
- Tendremos una larga noche ¿No es así? - Escuche su risa desde
donde yo creía era la cocina. Vague por el pasillo hasta entrar a su sala de
estar que se veía bastante agradable. Tenía una chimenea justo enfrente de un
enorme sofá en forma de "L", había una pequeña mesa enfrente de este
sillón donde estaba una laptop encendida. Todos los colores se mantenían en la
misma escala de chocolates y beige. Al lado del sofá había un pequeño sillón
reclinable individual que encaraba perfectamente la pantalla plana justo encima
de la cocina, seguramente Leonardo pasaba aquí los fines de semana observando
partidos de fútbol americano con palomitas y cerveza. Sonreí ante los acogedores
y cálidos recuerdos.
- Aquí está tu café. - Hablo detrás de mí. Gire en su dirección y
tome una de las dos tazas que traía en las manos absorbiendo el calor que
irradiaban con mis manos. Di un pequeño sorbo sintiendo el delicioso líquido
recorrer mi garganta.
- ¿Te gusto?
- Delicioso, gracias. - Asintió en mi dirección y por alguna razón
se hizo un silencio incómodo mientras ambos estábamos ahí de pie, él
observándome con una mirada que no reconocí y yo revoloteando mis ojos por la
habitación. Todavía no podía creer que él estuviera aquí, sano y salvo, es
extraño vivir un año entero sufriendo su pérdida y ahora tenerlo frente a mí.
- Soy yo, Zoé y estoy aquí. - Dijo con su extraña habilidad de
captar el hilo de mis pensamientos tan pronto como cruzan mi mente, algo que
siempre ha hecho y que casi siempre he odiado.
- Estoy confundida, Leonardo. - Dije finalmente mientras dejaba
salir un poco de aire que había estado conteniendo.
- Lo sé. - La mirada que él me regalo estaba llena de simpatía e
inclusive lástima.
- No me veas así, odio que me tengan lástima. - La furia y el
coraje comenzaron a invadir mi razón. Dios, justo ahora me encontraba tan
voluble, de la alegría al enojo y de ahí a la tristeza regresando a la
felicidad y nuevamente a la frustración. - Estoy
tan molesta y furiosa contigo, Leonardo. - Mis dientes rechinaban pues
estaban apretados.
- Lo sé, créeme que lo sé y lo lamento. - Paso una mano por sus ya
alborotados cabellos. - ¿Por qué no tomas
asiento y me permites explicarte todo?
- Presiento que será demasiado. - Solté un suspiro y tome asiento
en el sofá detrás de mí dejando la taza de café en la mesita enfrente de
nosotros. Deje mi bolso de lado pero antes tomando mis cajetilla de cigarros,
la postal y el Zippo. Leonardo había tomado asiento en el asiento individual
enfrente de mí y lo giro un poco para encararme completamente. Después coloco
un cenicero de cristal justo enfrente de mí. - Gracias. - Murmure quedamente.
- ¿Prefieres preguntarme o que yo te cuente? - Note en su semblante
que él prefería que yo le preguntará pues no sabía cómo empezar pero tampoco lo
sabía yo así que empecé con la pregunta más obvia:
- ¿Fuiste el único que sobrevivió? - Ahí estaba ese nudo de garganta.
No recibí una respuesta hablada, solo asintió. - ¿Qué fue exactamente lo que paso?
- Será mejor que te cuente todo, no estas ni cerca de llegar a las
preguntas que realmente necesito responderte. - Asentí en medio de un
hundimiento de hombros pero él ya no dijo nada, se quedó callado perdiendo su
mirada en algún punto de la sala ajeno a mí. Notaba la frustración que inundaba
su semblante, no sabía por dónde empezar.
Tome nuevamente la taza y le di
un sorbo más al café. Después encendí un cigarrillo que se consumió casi en su
totalidad fuera de mi sistema pues solo lo deje entre mis dedos mientras mi
cabeza divagaba, habían pasado más de diez minutos desde que Leonardo hablo
hasta que me sentí un tanto exasperada por el profundo silencio. Di la última
calada a mi cigarro y lo apague en el encendedor.
- Leonardo, mañana tengo que trabajar ¿Me puedes decir de que viene todo
esto?
- Lo lamento. - Dijo pasando por enésima vez su mano a través del
cabello. - Es que… Todo es muy difícil de
explicar y estoy buscando la manera más razonable de decirte todo.
- Empieza por lo que paso ese día.
- No. Tengo que ir más atrás, mucho más atrás.
- ¿Qué tan atrás?
- Cuando yo tenía dieciocho. - Enarque una ceja sorprendida.
- ¿Por qué tanto?
- Porque ahí es cuando nuestros problemas empiezan.
- ¿Problemas? No entiendo de qué hablas, Leonardo. - Estaba
exasperada, no entendía nada y eso era lo que más preocupaba.
-Verás… - Soltó un suspiro. - A
esa edad es cuando entre a la universidad a estudiar Programación en Sistemas
Computacionales. - Asentí a pesar de que no había una pregunta. - Fue cuando comencé a interesarme en todo lo
que se relacionara con la información y las computadoras. Ciertamente, se me
facilitaba programar y pensar lógicamente como resolver los problemas que se
presentaban. Muchos lo notaron, eso ya lo sabes. - Murmure un “si”
quedamente mientras tomaba otro sorbo de café. - Bueno, mi padre también noto eso.
- Por supuesto que lo hizo ¿Por qué no lo haría?
- No lo hizo en el sentido de sentirse como un padre orgulloso o algo
así, lo hizo en sentido de los negocios y las oportunidades que mis
conocimientos y habilidades nos abrían.
- ¿Nuevas bases de datos de los bienes raíces que vendía? - Leo
soltó una risa floja negando al mismo tiempo.
- Zoé, esto que estoy a punto de decirte debe quedar en un estricto
secreto entre nosotros dos ¿Entendido?
- Eso lo decidiré yo, Leonardo.
- Necesito que lo mantengas en secreto, enserio es preciso que lo
hagas.
- Yo. Decidiré. Eso. - Los dos éramos necios y tercos de nacimiento
pero mi insistencia siempre podía más que la suya y esta vez fue lo mismo pues
se dio por vencido hundiéndose de hombros.
- Como quieras. - Su semblante se ensombreció repentinamente y la
mirada en sus ojos era oscura y misteriosa, llena de recuerdos. Se acomodó en
su asiento de forma que sus codos quedaran recargados en ambas piernas y entrelazo
sus manos frente a él. - Nuestro padre no
era lo que aparentaba, Zoé. - Esas palabras me cayeron de golpe pero fue
peor el tono de voz que él usó, serio y sin rastro de duda, oscuro como su
semblante. Tenía miedo de la persona que estaba delante de mí y eso era una
estupidez pues era mi hermano de quien estábamos hablando.
- ¿De qué hablas, Leonardo?
- Él no solo era el inocente padre de familia con un trabajo estable y
bien pagado vendiendo bienes raíces. - Era consciente de la forma en que mi
ceño se fruncía cada vez más gracias a la confusión. - El trabajo para el Gobierno de los Estados Unidos.
- Oh, por dios, Leonardo. Deja de decir tonterías ¿Cómo porque nuestro
padre trabajaría para el gobierno de este país? ¿Qué podía hacer un vendedor de
bienes raíces para el bien de este enorme país? ¿Qué…
- No estoy ni siquiera cerca de estar bromeando, Zoé. Créeme, yo también
quisiera que fuera así pero no lo es. A mí también me costó trabajo asimilar
todo esto el día que me lo dijo.
- Okay, él trabajo para el Gobierno de este país ¿Por qué? - Me
cruce de brazos, una clara señal de negación, sí, me negaba a creer toda esta tontería.
- Mantén tu jodida mente abierta y deja de actuar como una niña chiquita.
- Entrecerré mis ojos hacia él incrédula por sus palabras. - Me escuchaste.
- ¿Por qué demonios mi padre trabajaría en el gobierno? No tiene ningún
sentido, él nunca ha estado aquí y, a parte, es británico. - Dije como si
fuera lo más obvio del mundo.
- Esa es la historia que tú sabes pero ¿Alguna vez te dijo porque se escapó
de la vida que llevaba con su padre?
- Por qué estaba harto de su dictadura.
- Pero ¿Qué dictadura? ¿Qué reglas fueron tan exigentes como para
provocar que mi padre se quisiera escapar en cuanto cumpliera la mayoría de edad?
¿Qué pudo ser tan extremo como para provocar que él deseara huir de su vida? - Me
enarco una ceja y yo deshice el cruce entre mis brazos dispuesta a aceptar lo
que fuera que Leonardo estuviera a punto de decirme.
- No tengo idea.
- Verás, nuestro abuelo era un fiel patriota que no deseaba nada más
que la prosperidad de su amado Inglaterra al igual que el resto de la familia. Él
fue un exmilitar con uno de los rangos más altos hasta que decidió retirarse a
temprana edad por una herida en su pierna pero dijo y estableció que sus hijos
varones se unirían al ejército tal y como él lo hizo así que, cuando nuestro
padre cumplió la edad necesaria, ingreso a la Real Academia de Sandhust. Papá
no quería ser militar pero decidió seguir la tradición familiar establecida desde
hace más de cinco generaciones. Él no era bueno con las tácticas físicas, en
realidad, era demasiado lento pero su punto fuerte, que nadie podía comparar,
era su habilidad en planear técnicas de ataque, evasión, defensa y escape.
Nadie podía igualarse a él pues el lado lógico de su cerebro se encontraba más
desarrollado para ese entonces. Eso hizo que se hiciera de buenos amigos y
contactos en el ejército aunque no pudo escapar de lo que le esperaba cuando
terminara sus estudios militares. - Conforme
Leonardo avanzaba en su historia podía sentir como mi pecho se inundaba de
temor, temor por el hombre al que he amado incondicionalmente; mi padre. - ¿Conoces la Guerra de las Malvinas? - Asentí
recordando mis clases de historia. - Nuestro
padre estuvo ahí y casi pierde la vida gracias a un cambio de planes de último
minuto que nadie autorizo. - Solté unas lágrimas que se habían quedado
estancadas y un pequeño sollozo desde el fondo de mi pecho.
- ¿Por qué yo no sabía nada de esto? - Mi labio inferior tembló
conforme decía esas palabras.
- Zoé, ni siquiera nuestra madre sabia de esto. Papá no quería que supiéramos
nada de esto y él tampoco quería saber nada del ejército nunca más, así que
cuando regreso de esa guerra se despidió por siempre de sus padres y huyo lo más
lejos posible hasta que encontró a nuestra madre y, bueno, esa historia ya la
conoces.
- ¿Qué tiene eso que ver con lo que paso? - Pregunte con la poca
voz que quedaba detrás de mí garganta.
- Todavía falta un poco para llegar a esa parte. Tenemos tres partes en
esta historia, por así llamarla. - Se puso de pie para después dirigirse a
una puerta, regreso con unas cuantas hojas de papel y un marcador negro tomando
asiento nuevamente en el mismo sofá. - La
primera es mi programación. - Escribió “Leo-Programación” en la hoja. - Segundo: los contactos de mi padre y
tercero: El Gobierno de Estados Unidos. - También anoto esas dos cosas en
la hoja manteniéndolos separados entre sí para después encerrarlos en unos círculos.
- ¿Qué tienen que ver estas tres cosas
entre sí? - Me hundí de hombros al no encontrar una relación inmediata que
no fuera el parentesco entre Leonardo y Papá. - Un solo nombre. - Comenzó a escribir debajo de “USA Government” un nombre: Kurt Carpenter.
Abrí los ojos como platos al
reconocer el nombre.
- ¿El militar corrupto de Estados Unidos? - Leonardo volteo a verme
con el semblante extrañado. - Salió en las noticias hace unos cuantos meses,
justo antes de que saliera con los chicos a su tour. Intento hackear las bases
de datos que controlaban millones de datos de los ciudadanos y unos programas
que controlaban códigos de lanzamiento de naves y armas en todo el mundo.
- Que bueno que estas familiarizada con ese acontecimiento.
- ¿Por qué?
- Porque, bueno, yo programe esas bases de datos y programas. - No
me dio ni siquiera tiempo para digerir sus palabras pues siguió con su relato.
- Kurt Carpenter fue uno de los contactos
que llevo a mi padre a las oficinas principales del Gobierno de Estados Unidos pidiéndole
ayuda para nuevas estrategias que pudieran servir para el entrenamiento de
varios soldados. Kurt se alisto en el ejército americano gracias a que también había
resultado herido en la Guerra y quiso dejar detrás eso pero no al ejército así
que Estados Unidos lo recibió con los brazos abiertos aunque no contacto a mi
padre sino veinte años después de que todo eso pasara.
- ¿Cómo lo encontró?
- Nunca lo perdió de vista, un activo tan valioso como mi padre no podía
perderse en el mundo si aún les podía ser de utilidad pero nunca supieron que
la familia Miller les seríamos de tanta utilidad.
- ¿Seríamos?
- Si, cuando mi padre visito por primera vez las oficinas, escucho que tenían
un problema con ciertas bases de datos y programas que se habían quedado
incompletos gracias al asesinato del mejor programador que tenían, él me
propuso a mí como solución.
- ¿Ya habías venido antes?
- Si, cuando supuestamente Papá y yo habíamos salido de viaje a Sonora
para negociar la posible adquisición de unas cuantas hectáreas para la construcción
de un complejo departamental.
- Me estoy perdiendo en todo esto: Mi padre era un exmilitar del ejército
británico que huyo y después fue contactado por Kurt Carpenter quien solamente
necesitaba ayuda con unas estrategias de entrenamiento pero decidió que tú
serias la solución a los problemas de programación. - Después de mi resumen
de toda esta platica, Leonardo asintió un par de veces. - Okay y… ¿Qué tiene que ver con el incendio?
- Bueno, tu estas al tanto de quien tiene la información tiene el poder
¿Cierto? - Asentí. - Y que no siempre
ese poder se usa para el bien. - Asentí nuevamente. - Y también que ese “mal” haría cualquier cosa para conseguir la información.
- Otro asentimiento para que después me iluminara el punto al que él quería
llegar.
- Los criminales también buscaban esa información. - Murmure
horrorizada.
- No todos los criminales, solo aquellos que estaban dentro de la Mafia
Kingpin. - Ese nombre vagaba alrededor de mi cabeza, me sonaba bastante
familiar. - De Sonny Gibson.
- ¿Sonny Gibson? ¿ÉL Sonny Gibson que quedo ciego después de haber sido
golpeado repetidas veces? - Leonardo me lanzo otra mirada incrédula
haciendo que me hundiera de hombros. - ¿Qué
puedo decir? Me gusta estar informada.
- Me puedo dar cuenta de eso.
- ¿Qué tiene que ver el con esto? Se había retirado después de eso.
- Él se retiró, pero no su hijo ni su nieto. Ambos avariciosos y
deseosos de información y poder.
- ¿Quiénes son?
- El padre es Maxwell Gibson. - La familiaridad de ese nombre me
provoco escalofríos.
- ¿Y el hijo?
- Esto no te va a gustar. - Dijo con un semblante lleno de sumisión,
no quería decirme pero lo empuje a hacerlo con una mirada insistente. - Dylan Gibson, ÉL Dylan Gibson con el que tú
estuviste saliendo.
HOLY COW BALLS!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!
ResponderEliminarESPERO NO NOS DEJES DEMASIADO TIEMPO ESPERANDO, PORQUE REALMENTE NO CREO QUE PUEDA, ESTO ES DEMASIADO Y NECESITO SABER QUE PASO EL DÍA EN QUE """""TODA""""" LA FAMILIA DE ZOÉ """"MURIÓ""""
JFC.
POR FAVOR CONTINUALO YA! NO NOS PUEDES DEJAR ASI JAJAJA
ResponderEliminarCOMO ME ALEGRO DE QUE EL HERMANO ESTÉ VIVO :_
ESTE GIRO EN EL ARGUMENTO SI QUE NO ME LO ESPERABA, ERES GENIAL. ES UNO DE LOS MEJORES FICS QUE HE LEIDO <3
OH. POR. DIOS. Dylan, aparte de ser un maldito hijo de su procreadora, tambien es un mafioso?! Dios, estp es genial!! Esto esta mejor q cualquier novela mexicana qe haya visto jamas!! Seguila plisss
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